Educación tras bambalinas

Publicado: 2020-09-1 · Sección: Sociedad y educación

Llegó el COVID-19 e inició el distanciamiento. Muchos lugares y actividades tuvieron que reestructurarse para continuar con sus labores e intentar sobrevivir, casi a costa de su propia esencia. En un ambiente mutado, casi apátrida, los dolientes de muchos sitios crearon estrategias para “reinventarse”. Una palabra que se desliza sobre un contexto enteramente económico y que pierde su valía en algo tan inherente a nuestra especie como lo es aprender.

Nuestras dinámicas de aprendizaje son muy complejas, y siempre toman su fundamento en algo llamado experiencia. Esa es la esencia de la construcción del conocimiento en todas las esferas que se quieran explorar: desde educar un paladar hasta formalizar las ideas para escribir un artículo científico.

No se pueden reinventar todas las experiencias. Tan solo intentemos emular la sensación de un plato preparado en la mesa: la construcción de los olores, la visualización de las texturas de los alimentos, la percepción del calor. Todo esto, a través de una cámara o en una bolsa de domicilio. Tal vez podamos reinventar la forma de hacer llegar el plato a los clientes, pero ¿dónde queda la experiencia?

De manera equivalente, intentamos educar a nuestros estudiantes a través de una cámara, pero falta la experiencia. ¿Cuántas sensaciones, expectativas y desafíos silenciosos transcurrieron por nuestros pensamientos al recorrer por vez primera colegios y universidades? Esas experiencias predisponen, dan un indicio de que se comienza algo nuevo y provocador. Pero ahora nuestros estudiantes de primer semestre permanecen frente a una pantalla, pasando los capítulos de sus experiencias de aprendizaje, en un equilibrio espacial en el que la vivencia del colegio y la universidad cambia, inicialmente, solo por sus interlocutores. En este punto me pregunto: si la transición colegio-universidad siempre ha sido difícil, ¿cómo será ahora, si lucen espacialmente equivalentes?

Se aprende en cafeterías, corredores, salones de clase y de asesoría. Las aclaraciones a las pequeñas dudas surgen en una pregunta rápida al amigo que va pasando. Las ilusiones o perspectivas se encienden cuando ves a tus compañeros de semestres superiores estudiar en las mesas de al lado, o cuando un estudiante entra a un salón o a la oficina del docente y queda maravillado mirando un tablero lleno de asuntos por ahora desconocidos, pero con la expectativa de que en un futuro estarán a su alcance. También se aprende al apreciar la forma en que alguien gesticula un escrito, invocando toda una danza de lenguaje corporal animada por los ecos en un auditorio o salón. Eso emana conocimiento que se transforma en fascinación y nos predispone para aprender.

Tendríamos que ser muy temerarios para afirmar que la educación ya no será presencial, pues la capacidad de conocimiento osmótico que puede brindar todo un campus nunca se podrá transmitir por una cámara. Y no digo que no podamos aprender sentados frente a nuestras pantallas; lo que digo es que muchas de las experiencias enriquecedoras del aprendizaje ocurren tras bambalinas.