Colombia ante el espejismo digital

Publicado: 2025-08-28 · Por Andrés Salazar (amsrojas@gmail.com)

En los últimos años Colombia ha experimentado un entusiasmo creciente por las soluciones fintech —innovaciones tecnológicas aplicadas a los servicios financieros, como pagos digitales, transferencias, ahorro o créditos alternativos— y por el ecosistema de startups, empresas emergentes de base tecnológica que buscan crecer con rapidez a partir de modelos innovadores y escalables. Billeteras electrónicas, plataformas de pagos, préstamos entre pares (P2P) y servicios de software tercerizado atraen la atención de los medios, de los inversionistas y de una juventud ansiosa de oportunidades, convirtiéndose en la vitrina más visible del llamado “desarrollo económico”.

Ese auge, sin embargo, no surge de la abundancia sino de la carencia. Colombia sigue siendo un país con baja inclusión financiera, casi la mitad de la población adulta no accede plenamente al sistema bancario formal. La rápida expansión del internet móvil —que supera el 70 % de penetración, según cifras recientes— y la masificación de los teléfonos inteligentes han creado un escenario fértil para la innovación digital. Pero el dinamismo aparente esconde una paradoja que obliga a mirar más allá del entusiasmo inmediato.

La exclusión financiera que alimenta la creatividad empresarial revela también un país que invierte poco en ciencia y tecnología, limitando la posibilidad de transformar el boom en un desarrollo sostenible. A esta fragilidad se suma un actor incómodo pero ineludible: el narcotráfico. Su necesidad histórica de mover y blanquear capitales fomentó mecanismos financieros paralelos que hoy se confunden con ciertas soluciones fintech. Diversos grupos al margen de la ley han utilizado estas plataformas y empresas con apariencia de startups para encubrir operaciones de lavado de dinero, infiltrando capitales ilícitos en el ecosistema emprendedor. Ese flujo proyecta la ilusión de vitalidad económica, aunque sus cimientos son frágiles.

Mientras los capitales ilícitos circulan con facilidad y parecen oxigenar al sector, se diluye la urgencia de invertir en ciencia y formación rigurosa. Laboratorios cerrados, proyectos de investigación detenidos por falta de recursos y programas de ciencias básicas relegados a un segundo plano muestran la otra cara de una economía que confunde dinamismo con progreso. El resultado es un modelo de crecimiento que premia la rapidez con que se consigue dinero y no la generación de conocimiento.

El capital internacional es otro factor decisivo. Inversores de Estados Unidos, Europa y Asia han visto en Colombia un mercado en expansión y han traído financiamiento y know-how, entendido como conocimientos prácticos y especializados que permiten aplicar tecnologías y modelos de negocio sin necesidad de construir bases de conocimiento sólidas en el país. Multinacionales han instalado centros en Bogotá y Medellín, conectando a nuestro talento con cadenas globales de valor. Ese respaldo externo funciona como un acelerador que dinamiza startups y facilita la transferencia de prácticas avanzadas, aunque también alimenta una dependencia riesgosa: el dinero llega de fuera, pero también se van la propiedad intelectual y el control estratégico.

El auge fintech no es casual. Responde a las brechas de inclusión financiera y a la rápida digitalización de la vida cotidiana. Pero ese terreno fértil solo dará frutos duraderos si se acompaña de inversión sostenida en ciencia y tecnología. De lo contrario, Colombia corre el riesgo de convertirse en simple pasto de engorde para las multinacionales, sin consolidarse como creador de soluciones globales.

Podemos avanzar en el corto plazo gracias al talento humano y a las urgencias del mercado. Pero sin ciencia, ese progreso será superficial, seremos usuarios de tecnologías ajenas y no productores de conocimiento de frontera. El verdadero desarrollo tecnológico requiere recursos para investigación básica, infraestructura científica, formación avanzada y políticas de I+D estables.

Lo más inquietante es que las universidades, llamadas a liderar la transformación científica y tecnológica, parecen haber relegado esa misión en nombre de la sostenibilidad financiera. No se trata de negar la necesidad de asegurar recursos —condición indispensable para su permanencia—, sino de cuestionar los caminos que se eligen para obtenerlos y la forma en que se distribuyen. En lugar de orientar su liderazgo hacia proyectos de largo aliento que fortalezcan la ciencia y la tecnología, concentran sus energías en estrategias de corto plazo, más enfocadas en atraer matrículas que en consolidar verdaderos entornos académicos. Se multiplican las campañas de mercadeo para captar estudiantes, mientras los programas en ciencias básicas —matemáticas, física, química, biología— pierden centralidad, a pesar de ser los pilares conceptuales y metodológicos sobre los que se sustentan la ingeniería, la medicina y las tecnologías emergentes. Los países que hoy lideran la innovación —desde Corea del Sur hasta Israel o Singapur— entendieron que sin fortalecer de manera sostenida las ciencias fundamentales no hay innovación genuina ni soberanía tecnológica. Renunciar a ese camino y reducir la universidad a un modelo de servicios inmediatos equivale a aceptar una dependencia estructural y a condenarnos a vivir de lo que otros inventen.

La juventud, en este escenario, oscila entre la atracción de la riqueza inmediata y la falta de horizontes científicos. Recibe un mensaje contradictorio: estudiar ya no asegura un futuro, mientras que los atajos —fintech de bajo impacto, aplicaciones de consumo fugaz o incluso capitales ilícitos— se presentan como vías más rápidas y eficaces.

Hoy todo parece confluir en un modelo de crecimiento frágil: universidades que se vuelven empresas de servicios, un ecosistema tecnológico más vistoso que profundo y capitales ilícitos que se infiltran sin resistencia. El desafío es no resignarnos a ese espejismo. Solo si invertimos en ciencia, conocimiento y soberanía tecnológica podremos transformar el entusiasmo en desarrollo real.